Su rostro tenso, el ceño fruncido, los ojos clavados en mi. Mi mirada devolviendo el gesto, queriendo decir tanto pero mis labios no cooperaron. Quizas por miedo o por cobarde, tal vez.
- Ni se te ocurra decirme nada - espetó.
Pero que me niegue la palabra fue como pasarle por la cara un trapo rojo a un toro. Ella era el trapo y yo, sin poder contenerme era el toro.
Mis labios se despegaron, la boca esbozó una vocal más ningún sonido emanó hacia afuera.
Mi mandíbula se detuvo y fueron los pies quienes tomaron las riendas. Avanzaron hacia la puerta, sin propósito, sin rumbo. A veces es necesario simplemente cruzar una habitación, después otra, luego otra hasta llegar al exterior y así, como quien no quiere la cosa, un pie delante del otro, no aminorar la marcha y seguir hasta donde decidan que quieren detenerse.
Y así lo hicieron. Caminaron hasta llegar al sitio donde la conocí. Se detuvieron. Reposaron dos segundos y emprendieron el camino de regreso para que por fin la vocal coartada saliera a la luz junto con otras consonantes. Pero esta vez, su articulación sería otra. Ella ya no era un trapo y yo ya no era un toro.
Porque a veces es necesario simplemente cruzar una puerta y caminar sin rumbo hasta donde nuestros pasos necesiten llegar.
Piel de gallina. Hacia tiempo buscaba alguien que me sacuda con microcuentos
ResponderEliminar