martes, 20 de mayo de 2014

Sentimientos desafiantes

Por: Andrea Eseiza

Son las tres de la tarde. Los 17 grados de sensación térmica van acorde al paisaje gris que visualizan los 
ciudadanos platenses. El ruido de las hojas secas debajo de nuestros pies nos recuerda que empezamos a vivir el otoño. En cuanto al sonido, solo se escucha el ambiente. Caminamos a la par, entre las dos no cruzamos palabra. Ella, de a ratos, solo me mira y sonríe.
    —Es acá - me dice rompiendo el silencio-, pasá.
    Entramos al edificio. Me invita a pasar y ponerme cómoda. Me siento en una de las sillas del comedor. Su departamento es cálido, en todos los ambientes visibles predomina el color verde manzana: el mantel, los individuales, las cortinas, los repasadores y hasta la caja y los accesorios del gato, quien acto seguido aparece en escena, se refriega en mis piernas y se sube a mi regazo.
    —Se llama “Savana”- me dice ella de repente, mientras pone la pava en la hornalla-. ¿Dulce o amargo? -. Me pregunta levantando el mate.
    —Como tomes vos, me da igual -, le contesto sonriendo.
    Se sienta en frente mío y suspira, parece que le cuesta empezar a hablar sobre el tema. Mira para abajo, parte de su enrulado pelo rubio cae sobre su cara.
    Malena tiene 22 años, es alta, flaquita y sencilla para vestir. Tiene ojos color miel dueños de una mirada desafiante que, en conjunto con su porte, te hacen creer que va por la vida atropellando al mundo. Eso generalmente es verdad, pero en situaciones como esta, viéndola así, ese porte desaparece transformándose en el de un pichón de paloma caído de su nido en medio de una tormenta. Le hago chistes para romper el hielo y que entre en confianza, pero solo logro ponerla más tensa. Entonces cambio la estrategia y, entre pregunta y pregunta, empieza a expresarse:
    —De mis sentimientos, de ESTOS sentimientos, me di cuenta a los 15 años. Sentirlos los sentí desde más chica, pero a esa edad reaccione que quizás no era lo “normal”. Todas mis compañeras de clase estaban embobadas con los flacos de los últimos cursos, esos más grandes que ya terminaban el secundario y a mi… a mi me gustaba mi compañera de banco. Ahí me di cuenta que algo extraño me estaba pasando. Intenté expresarme y muy bien no me fue.
    Una vez que empezó a hablar, la conversación va fluyendo sola y la historia avanza. Pasamos de una preadolescente confundida y cacheteada por su compañera de banco horrorizada tras una confesión; a la versión de “Dora la Exploradora” (versión platense) - según sus propias palabras - ; para finalmente terminar en una joven adulta segura de sí misma y de sus sentimientos. Lo realmente difícil es hablar de lo que nos llevó a juntarnos esta tarde. El verdadero objetivo de esta charla:
    —Contárselo a mis viejos fue todo un tema por varios motivos - me dice. Y al instante me mira fijo y levanta el índice de la mano derecha señalándome mientras exclama: -Te advierto que con esto me pongo sensible. Soy flojita por naturaleza, genes de mi viejo, pero hablando de esto, “Myrtle, la llorona” un poroto al lado mío.
     Y no miente. Sus ojos comienzan a empañarse. La miro con detenimiento y tengo la impresión de que la miel de su iris está por derretirse. Pero las dos estamos listas para enfrentar lo que sigue:
    —No sabía a cuál de los dos contarle primero – me explica -, entonces decidí…
   
    El chillido del vapor provocado por el agua hirviendo de la pava en el fuego interrumpió el relato. Ambas nos sobresaltamos.
    —Te salvó la campana -, le digo y me rio-.
    —Parece que sí… - contesta y también sonríe. Resaltando en sus mejillas dos hoyuelos que hacen de su sonrisa una de las más lindas que vi.
    Con mate de por medio las charlas siempre son diferentes. La nuestra cambia radicalmente y de repente parece que al hablarme, “Male” -porque así le gusta que la llamen- le cuenta este proceso a su mejor amiga, con una confianza que no se tiene con cualquiera. Toma el primero, vuelve a cebar y estira el brazo hacia mi extremo de la mesa para darme el mate, pero no llega. Yo colaboro estirándome también y de paso cambiar de pierna para sostener a la gata que parece estar, a esta altura de la charla, en el séptimo sueño aun sobre mi regazo. La acaricio y mi vista cruza la mesa para buscar los ojos de su dueña, los encuentro, los miro fijo esperando que continúe:
    —Entonces… -le digo simpáticamente-.
    —Entonces decidí encararlos a los dos juntos. Fue el 4 de Febrero del 2010, me acuerdo patente porque fue después del clásico. El lobo le ganaba al pincha después de 5 años y mi viejo iba a estar de muy buen humor. La pensé bien, estuve astuta - me dice y me guiña un ojo en gesto de complicidad-.
    —Me imagino, por como me lo pintaste antes, que ese “buen humor” después le cambió, ¿no?
    —Imaginás bien. Le cambió mucho. Les dije que quería confirmarles lo que tanto sospechaban, pero ninguno se atrevía a preguntar. Reconozco que no tuve mucho tacto, se los largue algo así como: “Sí, me gustan las mujeres. Soy “Lesbiana”, “Torta”, “Tortillera”… como prefieran denominarlo".
    Después de contarme esto entre risas, ahogadas por el llanto provocados por tantos sentimientos encontrados al revivir esa historia, me cuenta las reacciones de sus padres. Me dice que su mamá puso un gesto serio, como si les hubiera dicho que era asesina en serie. Y que su papá lloraba a moco tendido. En medio del silencio, solo se escuchaba el ruido que hacía “su viejo” intentando reprimir el llanto.

                                                               ***
    Como me había adelantado, eran muchas las cosas que la frenaban para contarles. Por un lado la forma de pensar de sus padres. Sabía que les costaría aceptarlo y, por otro, el sufrimiento que venía después para ellos al tener que “aguantar” los comentarios en el barrio. Male me explica que si lo hizo fue para poder ser libre y poder estar con su novia “de la mano por la vida”. Lo único que la frenaba era que sus padres no sabían y los comentarios les iban a llegar. A ella no le importa que hablen de ella, pero si le duele mucho que hablen de “sus viejos”.
    —Eso es lo que me jode –me dice con gesto duro -, que mi barrio es TAN barrio que para los vecinos, sobre todo para los mayores, no soy "Malena". Para ellos soy "La hija de José", "la nieta de Marga"... y mis viejos son, ahora, "los papás de 'la torta'”. Y los comentarios ofensivos hacia la familia vuelan más rápido que el viento -termina, aún con el ceño fruncido.
    —"La nieta de Marga" -cito sus palabras -. ¿La abuela sabe?
    —¿¡Qué va a saber!? Sería más fácil que mi primito de dos años entienda cómo sacar seno, coseno y tangente que hacer que "mi viejita" entienda que dos mujeres puedan besarse en la boca por amor. Ella es muy cerrada y dice que es antinatural. Es más ¡No sabés lo que me pasó una vez!…
    Notamos que hay un impedimento vital para seguir con la charla: se enfrió el agua. Male se levanta a calentarla. Por el ruido Savana se despierta repentinamente, levanta la vista, me mira. Se para en mis rodillas, se despereza arqueando su cuerpo, se hace un bollito y se acomoda otra vez como si nada pasara. Cierra los ojos y emprende su sueño nuevamente, como si supiera que la charla da para rato.


                                                   ***