martes, 17 de enero de 2017

Mi inoportuno intelecto

«Las agujas parecían querer ir en contra del curso natural del tiempo avanzando lento, pero muy lento. Tan, pero tan lento –pensaba–, como si un folívora –sólo uno– fuera el encargado de hacerlas girar dentro de mi reloj pulsera. A mi alrededor todo era vacío y nada, pero nada vivo parecía querer acercarse a mí esa fría, cruda y hostil mañana de julio. Otra vez, una de las tantas decisiones que había tomado la noche anterior me habían condenado a la soledad oscura y etern…».

Está bien. Eso que acaban de leer soy yo aflorando una de las tantas cualidades negativas, dañinas y perniciosas que me caracterizan: el extremismo. Soy muy, demasiado, extremada, profunda, suma, azas y excesivamente exagerado. La otra cualidad negativa es el nerdismo. Estarán pensando: 《¿está loco este chico? !Ser nerd y extrememanete inteligente no es algo negativo!》. Bueno, eso me gustaría que piensen pero no quiero condicionarlos. La cuestión es qué siempre me jugó en contra ser así. Piensen qué clase de mujer podría llegar a considerar interesante a un tipo que sabe lo que es un «folívora» (que, dicho sea de paso, son un suborden de mamíferos placentarios del orden Pilosa. Son animales neotropicales de tamaño variado, más o menos de 0,5 m a 1,7 m endémicos de las selvas húmedas de Centro y Sudamér… ¡Basta! ¿¡Qué me cuesta decir «perezosos»!? ¡Eso son! ¡Podría haber dicho «perezosos»! incluso haber escrito eso al principio del relato ¿quién va a entender que un folívora haga girar agujas de un reloj y mucho menos por qué eso sería lento? ¿¡quién en esta tierra sabe lo que es un folívora!? Nadie. Bueno, nadie que no se dedique a estudia… ¡Basta! ¡Ya empecé de nuevo! Simplemente quise decir que ninguna persona no experta en el tema sabría lo que es –excepto yo–. Mi punto es que, así como nadie sabe lo que es un folívora, tampoco –creo– puede parecerle interesante a nadie alguien que lo sepa. Cualquier mujer que esté leyendo esto correría en dirección opuesta a la mía. ¿A qué clase de mina podría parecerle interesante un tipo como yo? A ella. Intento contarles cómo el día que decidí dejar atrás la impuntualidad –otra de las grandes cualidades negativas de mi vida– la conocí. Y, está bien: esa decisión no me condenó a la soledad oscura y eterna. La afirmación sólo surgió de mi 《extremi-pesimismo》. Tan sólo llegué a la charla mucho antes de que inicie y no tenía a nadie con quién hablar. Tampoco es que hable mucho. No soy muy sociable, bueno, después de todo leo e investigo más de lo que hablo pero cuando lo hago notarán que me vuelvo un tanto verborrágico y la catarata de datos que a nadie le importan brota de mi inoportuno intelecto. La cosa es que estaba solo, engarrotado de frio y aburrido esperando que llegue el horario de inicio.

«…a.
De a poco fueron llegando tanto disertantes como asistentes. Se colocaron en los asientos distribuidos en el aula pero ninguno cerca de mí. Estaba a punto de resignarme a la soledad oscura y eterna cuando, de repente, una voz suave cerca de mi oído me sobresaltó: “Disculpá ¿Está ocupado este asiento?”. Entonces elevé la vista y ahí estaba: la mujer más hermosa que mis…
»


Esperen. No es correcto decir «pupilas» porque en realidad la luz entra por la pupila pero la retina es la que transforma la luz en pulsos para que el cerebro la pueda procesar. Entonces es un trabajo en equipo donde interfieren además la cornea, los conos y los bastones que la traducen en impulsos nerviosos llevándolas al lóbulo occipit… ¿por qué complico tanto las cosas? ¡Mis ojos! ¡todos los elementos que componen mis ojos!

«…ojos vieron jamás.
Su pelo negro –recogido casi de forma idéntica al de la princesa Leia–, su tez morena, sus iris claros que parecían pigmentados con extractos de miel pura, su rostro angelical y, en él, la sonrisa más atrapante que pude imaginar jamás. Su porte imponente pero con una evidente estela de timidez, sus piernas levemente flexionadas estaban ahí esperando mi respues…
».



¡Soy un animal! ¡Yo estaba pensando todas esas melosidades y ella estaba ahí acalambrándose y, seguramente, arrepintiéndose de haberse querido sentar al lado de semejante pelotudo que no podía ni respoderle! Además, ahora que lo pienso así, quedé atónito y me dejé llevar por la luz de su belleza. No me culpo. Una persona me hablaba, motu propio, y encima se trataba de una bella mujer. Y, respecto al rostro angelical dudo también. Técnicamente los ángeles no tienen género. Pero sin embargo: “[…] he aquí dos mujeres salían con el viento en sus alas; y tenían alas como alas de cigüeña, y alzaron el efa entre la tierra y el cielo” (Zacarías 9:5). Eso dice la biblia entonces no sé si eran ángeles o… ¡Fuera de lugar! ¡Mis cuestionamientos hacia la biblia no tienen nada que hacer acá! Entonces, una vez que me di cuenta lo bestia que fuí, prosigo:

«…ta.
Los dedos de mis pies se encorvaron queriendo aferrarse al piso, un hormigueo subió por mis piernas hasta la pelvis, los órganos jugaban a hacer nudos en mi cavidad torácica con el corazón bombeándoles sangre como alentando ese proceder. Mi cuello se entumeció, llevando esa rigidez también a mis brazos y mis labios se unieron, pesados como cemento, impidiendo que cualquier sonido logre salir de mi boca. Mi cerebro procesaba todas estas sensaciones mientras apreciaba su belleza. Entonces noté que era tiempo de decir algo. No lograba hilar una oración coheren…
».


¿Coherente? ¿Oración coherente? ¡Lo único que tenía que responderle era un simple «no»! ¿Tan difícil podía ser? ¡Además de ser un animal que la dejó pintada en una simple pregunta, estaba dejando que empiece a creer que era mudo! No puedo creer lo tonto que se puede poner uno cuando alguien que le gusta lo toma por sorpresa. Hilar, entonces, una oración. Eso quería hacer.

«…te.
Forcé mis neuronas a trabajar, internamente quise dirigir el bombeo de sangre más a mi cerebro y menos a la trifulca de nudos que era entonces mi torax. Pensé, pensé y pensé, pero no podía. No controlaba mis pensamientos, ni mis sensaciones, ni nada. Estaba desesperado. Sabía que algo tenía que decir, pero todo atravesó el circuito a medio procesar. Algo debía salir y para eso tenía que abrir la boca y así lo hice. El problema fue cuando en realidad no pensé qué saldría de ella. Con la boca abierta, la miré fijo y le dije: “¿Sa, sa… sabés lo que es un folívora?
»

Ahí me tienen. Cuando creí que no podía ser más estúpido, batí mi propio record. Y además de estúpido ¡tartamudo! Sólo pude pensar que iba a salir corriendo, en dirección opuesta a la mía, como hacen todas. Pero, desafiando todo pronóstico, no lo hizo. Asumió que el asiento al que se refería no estaba ocupado y me pidió, extrañada, que le explique qué eran. Con algo de vergüenza lo hice y me escuchó atenta y sonriente hasta que un acople estruendoso interrumpió mi relato. La disertación estaba por comenzar.

Fue así como, la primera vez que quise ser puntual en mi vida, conocí a la mujer más hermosa que existe en la tierra. Una que se acercó sin que la llame, me habló primero y hasta sonrió con mis palabras.

«Bienvenidos a la ponencia de la Dra. Dubois sobre Historia del Siglo XX» –interrumpió la voz desde el micrófono.  «¡Uy! –exclamó la chica susurrando– ¡Me equivoqué de charla! ». Esas fueron sus palabras mientras me regaló una última sonrisa algo avergonzada por su despiste y se incorporó. Avanzó hacia la puerta de salida y la perdí de vista. Cuando mis piernas reaccionaron e intentaron correr tras las suyas no pudieron seguir su rastro. Nunca la volví a ver, nunca supe su nombre. Es la mujer más hermosa del mundo. Una que jamás voy a volver a ver, una que ahora, tristemente, no está conmigo. Pero, viéndole el lado positivo –y alejándome de mi negatividad– es una de las pocas personas que, sin ser experta en el tema y, gracias a mi inoportuno intelecto: hoy sabe qué es un folívora.