jueves, 9 de enero de 2014

Él será Ese Hombre

 El día se apagaba mientras una brisa fresca se colaba entre las hojas del ombú de la estancia donde su padre Miguel era mayordomo. Ahí, dentro de la casa, sonaba la voz de Gardel, esa que en Junio de ese año había encontrado su fin en las alturas. Era otra tarde de invierno que terminaba en una pequeña ciudad Rionegrina. Recostado debajo de ese ombú, mirando el cielo entre las hojas con apenas 8 años, se encontraba él; un pequeño lleno de sueños reflexionando sobre la vida.
    
El correr de las nubes jugaba una carrera con los pensamientos que pasabanpor su cabeza, iban a la misma velocidad que ellas. Inspirado por ese cielo decididamente dijo: “quiero ser aviador”. En ese instante, su hermano Carlos, quien correteaba a su alrededor, extendió sus brazos a los costados de su cuerpo simulando alas y se alejó, sin imaginarse siquiera lo alto que llegarían esas alas algún día.
    
Comenzaba a oscurecer y la voz de su madre Dora se escuchó desde la pequeña casa de empleados ubicada a unos kilómetros de la casa del estanciero: ¡Adentro! ¡Ya es tarde y hay que cenar! Ambos hermanos entraron y besaron en la mejilla a su madre sin percatarse del agotamiento de su cara, de esas manos gastadas por lavida de campo y la pobreza.    Todos los días transcurríancon la misma rutina, hasta que una mañana, todo fue diferente: el padre había decidido trabajar por su cuenta y la familia se mudó a una localidad bonaerense donde la vida y las aspiraciones del pequeño comenzaron a cambiar.
    
Una tarde en la nueva casa, vio a dos vecinos sentados en la puerta de al lado en completo silencio concentrados en un tablero, moviendo pequeñas piezas sobre él. Sigilosamente, sin romper el ambiente, se acercó a mirar. Por un momento los ancianos no parecieron percatarse de su presencia, hasta que uno de ellos rompió el clima silencioso a la voz de un determinante: “jaque mate”.
    
Una vez concluida la partida, pidió temeroso si podían enseñarle a jugar. El ganador le hizo un lugar a su lado y comenzó diciendo: “Voy a enseñarte, pero tenés que recordar que al final del juego, el peón y el Rey vuelven a la misma caja”. Él no lo sabía, pero ese día aprendería una de sus más grandes pasiones.
    El nuevo colegio no lo terminaba deconvencer, pero uno de sus grandes escapes fueron esos señores que los libros le habían presentado. Un tal Hemingway hizo que su mano tomara un lápiz y las letras se plasmen con algo de presión en el papel una noche en su cuarto. “¿Qué haces, Rodolfo?” preguntó su madre al entrar. “Escribo…” contestó el pequeño.“Apagá la luz y dormí que ya es tarde. Ya vas a tener tiempo de escribir” dijo mientras cerraba la puerta. Y así lo hizo, sin imaginarse tampoco que no sólo iba a tener tiempo de escribir por muchos años, sino también que con esa herramienta elegiría el oficio de dar testimonio en momentos difíciles.   

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Andrea Eseiza.

(Compañero Rodolfo Walsh, PRESENTE)