jueves, 15 de octubre de 2020

Dueños de nadie

 Acto seguido dió media vuelta y enfiló pa' la puerta

¿acto seguido a qué? Si ni siquiera entendía qué mierda acababa de pasar. 

-Pero, pará, hablemos ¡no te podés ir así! -grité- tenemos que hablar.

Y se fue, nomás ¿pa' qué se iba a quedar? Si la voluntad es algo que es solamente nuestro.

Si ya había dicho todo lo que tenía pa' decir ¿pa' qué se iba a quedar? 

¿quién soy yo pa' decirle que no se podía ir? ¿quién me dijo que podía decidir que teníamos que hablar?

Mejor la próxima le invito a quedarse, a charlar. Pa' que nos entendamos mejor. Si quiere, claro. 

A fin de cuentas, no somos dueños de nadie. Ni siquiera de nosotros mismos.


martes, 5 de mayo de 2020

Cafuné

La ansiedad ahoga mi alma,
me inunda los pulmones y
me estruja el pecho.
El insomnio se apodera de mi mente
forzandola a permanecer
en una vigilia constante.
Los músculos se tensan.
La respiración se acorta, se acelera.
Sin embargo, su mano se acerca.

Las suaves yemas de sus dedos
recorren mi rostro. Lento.
Dibujan círculos,
juegan a contornear cada razgo,
sin apuro, sin apremio: cafuné.

El corazón calma sus latidos.
El sonido de su respiración
se entremezcla con el de la mía.
La punta de sus dedos
da vueltas en mi ceño
quitando,poco a poco, la tensión
que en él habita: cafuné.

Resbalan por la nariz hasta la punta,
trampolín directo a mi boca.
Delinean mis labios,
revolotean mis mejillas: Cafuné.

Se deslizan, ahora, por la frente.
Se extienden por el largo del cabello
y repiten la secuencia una y otra vez
hasta que el último suspiro
se lleva por completo el resto
de opresión en mi cuerpo: cafuné.

Mis ojos se cierran, mi alma se libera,
los pulmones se secan y el pecho se descomprime.
Ni un músculo queda ya tenso.
Ambas respiraciones son profundas.
Se encuentran, se funden:
como si siempre se hubiesen pertenecido.

sábado, 4 de enero de 2020

Incendio en Ciudad Gótica

Antes de aquel domingo contemplar la lluvia por la ventana me daba una sensación de nostalgia con imágenes mentales en sepia.

No hubiese imaginado jamás que a partir de ese día ese mismo panorama llevaría mi mente al mismísimo instante en que el freno de mano se aflojó y nuestros cuerpos y almas fueron libres, plenos, salvajes y felices. Fusionados en un mar de sábanas arrugadas que más tarde se convertirían en mantel, luego en cortina y semanas después se fundirían en butacas.

Versear el abecedario a nuestro antojo: ir y venir por las letras. Saltearlas, retomarlas, hacer rancho en ellas, avanzar, retroceder, cambiar de idioma, poner un que otro bis.

Un domingo, un cielo gris, un tipo de pasta, un mamífero de mar, un expendedor de agua ¿cuántas cosas más nos quedan por resignificar? No espero una respuesta a ese interrogante. Prefiero seguir contemplando la lluvia, reviviendo momentos y dejar que las ratas bailen la tarantela libres agitando un próximo encuentro que apague el incontrolable incendio en Ciudad Gótica.