Pero no estaba sola:
Sus fantasmas vivían con ella.
Eran tantos que no podía contarlos, aun si hubiese querido.
Durnte la noche eran el peor de sus tormentos, la acechabn, condenandola, así, al insomnio eterno.
Se llamaba Soledad.
Pero no estaba sola:
La habitaban heridas. Algunas viejas, a medio curar. Algunas nuevas, frescas, ardientes.
Cicatrices, rasguños, golpes, puñaladas. Heridas de guerra, batallas al corazón.
Se llamaba Soledad.
Pero no estaba sola:
Estaba presa de sus miedos. Los peores temores que pudo alguna vez imaginar.
Miedo al vacío, a la existencia sin un otro, a enfrentarse consigo misma. Se negaba.
Se llamaba Soledad.
Pero no estaba sola:
Estaba con ella misma. Y logró enfrentarlo.
Ahuyentar sus fantasmas, curar sus heridas, enfrentar sus miedos, conocerse, aceptrse.
Se llamaba Soledad.
Pero no estaba sola:
Estaba con ella misma. Y eso era ya más que suficiente.
Porque se amaba, se respetaba y se quería.
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Ann