La conocí una noche fría de domingo, la vi apenas cruzó la puerta. Hacía calor y llovía. La ventana estaba entreabierta y se colaba algo de luz. Era una bella mañana y el sol brillaba fuerte. Me paralicé unos segundos al chocarme con sus ojos. Redondos, intensos, fulminantes, de un negro penetrante, de pupila inquieta. Ciento ochenta y siete pestañas en el párpado superior derecho, ciento setenta y dos en el izquierdo. Setenta y dos en el inferior —por arriba de un lunar algo claro casi pegado a su nariz— y setenta y nueve en el opuesto. Me senté frente a ella y charlamos lo que duró esa tarde de jueves hasta que tuvo que partir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ann